Sunday, June 12

Dulces sueños

Luego de 10 años de dormir mal, a sobresaltos, con un ojo cerrado y el otro abierto, con la oreja atenta a cualquier ruido y listo para atender a cualquier niño que lo necesitaba, recién ahora he comenzado a dormir mejor. No es que yo esté menos atento a que alguno de los cuatro niños tenga alguna inquietud durante la noche, ni tampoco que ellos hayan dejado de levantarse en medio de la noche; esas dos cosas continúan. La diferencia está en que el sueño de los niños es más regular y constante. Ellos duermen toda la noche, casi todas las noches, desde las ocho y media de la noche y un mínimo de nueve horas, y muchas veces diez horas.
Es posible que a algunos esto no les llame la atención, pero me ha sucedido que muchos padres me cuenten que sus hijos no duermen en forma constante, que es una batalla lograr que se acuesten y que las horas de sueño son pocas.
Cuando sólo había un niño en casa, no era tiempo tan mal gastado destinar largos ratos en lograr que hubiese paz y quietud en la casa. Aun así, no dejaba de ser un deseo que la hora de dormir fuese algo fácil, como una imagen idilica salida de un retrato de Rockwell. En la medida en que fueron apareciendo los otros niños, cada uno con sus necesidades, ritmos de sueño y vigilia y de exigencias al intentar dormir, ese deseo se hizo cada vez más una necesidad. Antes uno contaba con Topo Gigio, Casimiro, Tata Colores y los angelitos para señalar cuando los niños debían estar en cama. Ahora eso no ocurre y entre pañales, ropa mojada, mamaderas, almohadas de diversos tipos y tamaños, enfermedades (algunas graves) y los temperamentos de cada uno, la hora de ir a la cama se hizo una tarea poco grata.
Hoy en día esa hora es agradable, un momento buscado y disfrutado por todos. Los minutos antes de acostarse es un tiempo apreciado y de cercano contacto entre todos los integrantes de la familia. Nos congregamos en torno a la cama de papá y mamá, conversamos, vemos un documental, todos acurrucados. La "hora de regalonear" la llamamos. Es un momento para descomprimirse, bajar las revoluciones, desconectarse del quehacer diario y de demostrarse cariño.
Incorporamos este ritual a nuestras vidas más por accidente que por diseño. Pero ha sido la salvación. Quizás no sea lo que puedan realizar todas las familias, pero se ajusta a lo que con mucha frecuencia hemos escuchado; los niños necesitan un ritual para irse a dormir. Los rituales les dan seguridad y facilita que cada noche traiga dulces sueños.

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